La tarde prometía en la Monumental pamplonesa. Un cartel de lujo. Cayetano, Roca Rey y Pablo Aguado, este último en sustitución del maestro Morante, con problemas adaptativos.
Junto a mí dos jóvenes del cerotres, como definen ellos sus 21 años, junto a un tajo grande de chicos y chicas con pañuelo de Lumbier, y una cuadrilla de treintañeros con procedencia de Nava de Abajo, en Albacete. Se casa Javi, contaban sus camisetas.
Uno de los cerotres se dedicó a explicar la lidia al otro, totalmente desconocedor de la liturgia. “Ahora los alguacilillos se van a cruzar y les van a chiflar cuando se paren”. Señaló con la mano a los areneros mientras le espetaba: “escucha a los timbaleros”, objetivo casi imposible.
“Que te ha salido barata, pero esto vale una pasta”, le recordaba monetizando el momento. “Si sacan un pañuelo los del ayuntamiento, oreja. Si no ha hecho faena, fuera y a por el siguiente”, resumía con su segundo calimocho sin hielo en la mano.
“Ese de la boina verde es el torilero, esos los picadores y cuando lo arrastren, lo harán los mulilleros”. Los de Lumbier ya habían abierto la segunda de pacharán y a los de Albacete casi no les quedaba Sprite para mitigar la acidez de sus tetrabriks de vino peleón. “Si quieres saber qué toca La Pamplonesa, mira el letrero, aunque no podrás escuchar porque esos no paran”, obviando a las charangas de las peñas.
Toreó Cayetano, al que se le escapó una oreja; Roca Rey se cobró dos, y Pablo Aguado, con otro apéndice cerró la parte pre-merienda. “Anda, arrea con los pimientos, que si no te voy a tener que llevar yo”, le asaeteaba.
Cayetano se dispuso con su segundo toro, que hacía el cuarto. La gente comía, y el silencio de las charangas se agradecía por unos momentos. Su faena, con un burel que no le dio juego, pasó inadvertida. Vestía elegante, de figura, blanco y plata. Entró a matar y lo hizo de tres pinchazos. Aviso, descabello entre una atronadora pitada y silencio.
¿Silencio? Mis vecinos del cerotres le increparon con un rotundo “antitaurino”. Habló el pueblo. Lo mismo decide la primera oreja y presiona para la segunda, que grita “animalista” al gladiador, por no contribuir en pro de la fiesta al ejecutar la suerte suprema.
Las figuras no son garantía de nada. Pero si visitan La Chata de Griseras, sean bienvenidas. Aunque, a veces, ejecuten suertes antitaurinas.
José Mª Cambra Amigot
Periodista